/B I R T H D A Y/

Han pasado ya varios días desde que fue mi cumpleaños pero aún asimilo todo lo que sucedió ese día. No sé qué puedo decir porque se me quedan cortas las palabras. Muy bueno tiene que ser algo cuando no lo puedes ni quiera describir, cuando los adjetivos más bonitos no son capaces de hacer honor a los acontecimientos. Algo así pasó hace unos días. 

Recapitulemos.

Empieza el día a las 00:00, y no quería que nadie me felicitase, desde que tengo memoria siempre me ha dado una horrible vergüenza que me feliciten, (vaya manía más tonta) pero es la verdad. Pero poco a poco empezaron a llegar los mensajes, qué bonito pensaba, qué poco me lo merezco pensaba también. Empecé el día fuerte, un desayuno increíblemente cuidado y pensado para mí. Se me ponen los pelos de punta. 
Llego a clase, tarde, pero oigo unos cuantos "felicidades", me siento especial. Solo puedo sonreír. Al terminar la clase vino todo el mundo a desearme un feliz cumpleaños y la sensación fue... indescriptible. Apuesto a que no todo el mundo sabía que era mi cumpleaños y que incluso no les importaba, pero ahí estaban. Y es que te das cuenta de lo importante que son los gestos y de cuánto llegas a valorarlos. 

Qué emocionante, no había pasado medio día y ya se me había removido algo por dentro. 

Voy a comer con unos amigos, y el tiempo vuela, asi que después de una riquísima tarta nos despedimos y me voy a casa. Y desde las 20:00, la cocina y el cuarto de estar es territorio hostil en el que no soy bienvenida. Me llaman para cenar y cuando entro veo una sala  poco decorada, solo unos globos por algún mueble, y una mesa que ha dado en clavo. Una cuidadísima cena americana: mini hoy-dogs y mini hamburgers, unos nachos con guacamole y salsa de queso y pimientos y unas buenísimas patatas al horno. No nos olvidemos de las servilletas con la bandera americana o el mantel hollywoodiense ¡Qué más puedo pedir! Una se imagina el cumpleaños más austero de su vida y sin embargo, no estando esas cosas materiales aprecias lo que a simple vista no se puede ver.


Me emociona poder decir eso. 
Nos terminamos la tarta que me habían regalado mis amigos y me dan los regalos: una caja enorme en cuyo interior hay una pashmina y un bolso. Fin de los regalos, pero me da igual porque me esos regalos valen más por el hecho de conseguirlos que de comprarlos.
Todo acaba y me voy a la cama. Mentira. Me subo a mi habitación pero no puedo evitar emocionarme y llorar por sentirme tan querida y especial, por pensar en todos y cada uno de los gestos que recibí a lo largo del día (y los que aún me seguían llegando). Verdaderamente hay gente que te sorprende para bien.
Y aun ahora se me siguen poniendo los pelos de punta. 

No me merezco tanta luz, tantísimo cariño. Me siento tan profundamente agradecida que no soy capaz de pronunciar ni una sola palabra al respecto. No hay palabras. Nunca las ha habido para describir todo el inmenso (aunque suene extraño) amor que siento por todas y cada una de esas personas. Pienso que, de alguna manera, tengo que devolver todo lo que yo he recibido.
Me concedo la licencia de reservarme alguno de esos momentos solo para mí. Momentos que desde luego no voy a olvidar. 

Nunca un 18 de septiembre había sido tan absolutamente especial.
Ahora solo falta que se cumpla el único deseo que he pedido.

1 comentario:

  1. Porque un "nada" bien llevado, se MERECE un "todo" eterno y feliz.

    ResponderEliminar