/ C R A Z Y /

Se nos ocurrió escaparnos. Y no dijimos nada a nadie.


¿Éramos felices? No estoy seguro. Hasta el día en que ella se cruzó conmigo, te aseguro que no lo era, o creía que la felicidad era otra cosa. Se decía por entonces que debía existir una chispa, un calambre… que todo el mundo sentía y que hacía las cosas más interesantes, que estaba a nuestro alrededor y que todos ansiaban encontrarla. 
Menos nosotros. 
Ella se dejaba llevar y a la vez me llevaba de la mano así que cerré los ojos y floté. 
Fue todo tan rápido… cuando los quise volver a abrir ya habíamos regresado, y volvíamos a estar atrapados. Me quería escapar; quería vivir escapando, corriendo y nunca mirando atrás. Para todos aquellos que hayáis sentido esa sensación no os costará imaginar todo lo que se me pasaba por la cabeza, era de locos, pero nunca antes se me había dado tan bien estar loco (pese a haber practicado mucho). Por momentos sentía que no era bueno y que debía cambiar mi actitud, pero ella me hizo cambiar esa idea. Más que cambiarla, me hizo darme cuenta de cual era mi verdadera idea, que en realidad estaba muy a salvo de todas aquellas cosas que la podían perturbar. Me había dedicado toda mi vida a taparla, y a construir sobre ella la idea que debía ser: como un castillo. 
Y mientras me dedicaba a seguir construyendo, ella ya me había derribado. Piedra a piedra. Y no podía hacer otra cosa que liberar todas esas ideas y que flotaran, como yo me dejaba hacer desde que escapamos el primer día.
Hasta entonces nunca había sido feliz. Y a estas alturas creo que no me sigues, que te has perdido en esta historia… pero entiende que explicar todo esto es un lío, porque todo este asunto en sí ya es complicado. Y ella es muy sencilla. Tan sencilla. Un libro abierto. Un ligero vistazo y ya la has leído, y eso me encanta. 








Pero más me gusta leerla entre líneas. 

/ R A I N /

"Que no hay mejores días que los que llueven".



No nos damos cuenta de lo rápido que pasa el tiempo y de cómo las cosas que un día fueron importantes han pasado a un segundo plano. De lo importante que era comprarse ese rimmel para impresionar pero que terminaste por perder, de correr el día 31 para comprar el abono y que al final no usaste, de aquel novio o novia que en su día era tu alma gemela y que ahora se ha quedado en un mal sabor de boca, de todos y cada uno de los errores que no querías cometer... Ya no te acuerdas. Porque esta es ley humana imparable, nadie puede detener el tiempo. 
Pero te da igual porque ahora te conformas con sentarte a tomar un té o un café o sencillamente un vaso de agua. Con poder ver llover y que te haga sentir bien. Y de la misma manera que un día te preocupaban esas cosas importantes, hoy apenas te acuerdas. Son vagos recuerdos que te vienen a la cabeza cuando llueve.

No se me ocurre pensar en otra fórmula que no sea la lluvia para pararte ese segundo y recordar cosas que se habían quedado bien guardadas en un cajón. ¿Quién necesita medicinas teniendo la lluvia? En muchas culturas, especialmente indígenas, la lluvia es curativa, es divinidad, es alegría, es esperanza… Pero en el aquí y ahora, en este instante que vivimos nadie se para a pensar (espero equivocarme) en lo bonito que vuelve todo cuando llueve. 
Desde la ventana, mientras te sientas en un diván observas lo que sucede ahí fuera, que no es por nada pero también te incumbe, no creas que por estar a cubierto no te afecta la lluvia, porque he de decir que a todos nos afecta, y ves casas alineadas, árboles, parques, farolas, calles, el cielo, el horizonte… ¿Cómo no va a ser asunto mío no apreciar todo eso? ¿Por qué pensar que la lluvia da asco? ¿Por qué creer que los días lluviosos son malos? Cada una de las infinitas gotas de agua que caen del cielo embellecen todo lo que está a tu alrededor, y si además agudizas el oído para escuchar como esas gotitas chocan contra todo, como un furioso ejército… Es tan indescriptible… No tengo palabras. 

Pero si además la lluvia te pilla fuera de casa… me dan escalofríos de pensarlo… Vas preocupado/a pensando en no mojarte hasta que el destino cumple su misión y te mojas un poco, luego otro poco y otro poquito más y de repente mandas a tomar por saco el paraguas y dejas que la lluvia te moje. Te da igual. No te hace daño. Habías salido a dar una vuelta y vuelves en canoa prácticamente, se te han fastidiado esos zapatos nuevos, pero… ¡bah! Ya no puedes hacer nada por remediarlo. O habías quedado y todos se fijan en ti porque vas chorreando agua (incluso esa persona especial).

No puedo añadir mucho más que una mezcla de sustantivos y adjetivos para intentar demostrar que la lluvia es inmensamente bella, pero ya sabéis de lo que hablo. Seguro que alguna vez os ha caído un buen chaparrón, y quizá es uno de los mejores días de vuestra vida porque, mientras te sientas a ver como llueve, te viene a la mente aquel día importante. El que guardabas en un cajón.